Desde aquél lejano día en que una voz le respondió en clase de religión la pregunta formulada, no ha vuelto a tener preguntas sin respuesta. Siempre una voz le dicta las respuestas. Y sabe que Dios no es, se lo dijo Don Enrique y un cura tiene que saber de esas cosas.
Al principio cuestionaba la voz, indagaba sobre la veracidad de las respuestas, así supo que nunca se equivocaba. Hizo preguntas de todo tipo, y cada vez era más exigente, buscaba aquéllas difíciles donde no hubiera una respuesta categórica, pero siempre la voz resolvía con sencillez lo planteado.
Harta de saberlo todo, dejó de preguntarse cosas. Hasta un día en que, caminando por la calle, se preguntó por la muerte, al instante siguiente se tiró bajo las ruedas de un autobús.
¡Sí que me has sorprendido amiga!
ResponderEliminarMuy buen final, ha de ser espeluznante saberlo todo. (Especialmente si el 'todo' no es sencillo).
Un abrazo
Si es lo que yo digo. ¡No podemos dejar nunca de preguntarnos las cosas!
ResponderEliminar¿Abrazos y besos?
La respuesta fue demasiado atractiva para evitar experimentarla...
ResponderEliminarSi que es sorprendente sí.
Un abrazo
Menudo final...un abrazo ;)
ResponderEliminarCurioso final, desde luego, no me lo esperaba!! Me recuerdo un poco al final de La Elegancia del Erizo. Un abrazo.
ResponderEliminarAna, que drástica: yo esperaba una cuarta parte... :o) Pero aún hay opciones: en el cielo, preguntándole a San Pedro por las llaves?
ResponderEliminarUn abrazo.
Hay tantas opciones todavía... no hay más que coger algún elemento del relato y darle vida, o seguir en el más allá...
ResponderEliminarGracias a todas, hoy es día de chicas, por aquí
Abraçadas
Guau Ana. Que impaciente tu personaje!!! A saber lo que le dijo la voz...Mmmmmm... yo no me lo pierdo, espera que meto los dedos en el enchufe...ya te cuento!
ResponderEliminarHistoria redonda. Me gusta el estilo de tus relatos.
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