(Foto: Aneta Ivanova)
Una mañana, Lucía se despierta sola. Andrés no sueña con estar acostado a su lado, ni en verla salir del baño con la toalla anudada al cuerpo; tampoco en ambos, en la cocina, bebiéndose el café. Ella no se da cuenta, se ducha, desayuna y no sabe que él no va a pensar en cómo le sienta aquel vestido que se ha comprado en el mercadillo. Sale a la calle como cada mañana, pero Andrés no está, no volverá a mirarla y nadie habrá tenido la culpa.