viernes, 27 de julio de 2012

Y yo ¿qué?

La niña en el ascensor, de Verónica Barra


Abren la puerta, entran, hablan de sus cosas, quizá no se conocen demasiado y preguntan cosas nimias, cada día, una y otra vez las mismas frases:
Qué calor, esto es horrible
Si, está haciendo mucho calor este año
O bien:
Menudo viento, no hay quien suba a tender a la azotea
Desde luego, yo ayer casi salgo volando.
También están los:
¿Cómo sigue su madre?
Bueno, ahí va, peor no está.
Cuando están solos se miran al espejo y dejan sus pensamientos aquí atrapados.
A mí nadie me dice nada, nadie me habla ni cuenta conmigo. Ya me había acostumbrado hasta que la niña del segundo, la nieta de la señora viejita, empezó a hablar conmigo. Desde entonces, a veces nos paramos en medio, casi sin que se note y charlamos un poco, le cuento algún secreto de la comunidad o me cuenta ella cosas de fuera, las que antes solo intuía por las miradas de quienes entraban. Y me sonríe, no al espejo, no a ella, me sonríe a mí.
Estoy temiendo que se acaben las vacaciones, tenga que irse, y se olvide de que un día fue niña.

miércoles, 25 de julio de 2012

Viento en la azotea


Esta mañana, como cada martes, subí a tender las sábanas a la azotea. Después de un rato conseguí abrir la puerta; a la llave oxidada cada día le cuesta más entrar en la cerradura.  Cuando me veo allí, con el cesto de ropa y las pinzas, siempre me acuerdo del bote de 3en1, olvidado cuando se le necesita en el cajón de las herramientas.
La puerta casi me tira al liberarla del cierre, ahí fuera soplaba un vendaval que parecía haber nacido ahora mismo, porque en casa no corría ni una gota de aire. 
Salí como pude, agarrada a la pared, las uñas clavadas en el gotelé y al primer golpe de viento empezaron a volar sábanas y pinzas, el cielo se volvió blanco con velas de cama y todos mis sueños quedaron desperdigados por el aire. Eso sí que no, me dije, y al despegarme de la pared yo también empecé a volar. Conseguí asirme a tiempo a una cuerda, pero el viento era tan fuerte que se salió de la rueda y salimos ambas volando. Cuando ya pensé que no volvía, la cuerda a la que permanecía agarrada se quedó atrapada en otra cuerda que a su vez se soltó y pronto una larga hilera de cuerdas me unían a la azotea donde soplaba viento.
Afortunadamente, el fenómeno solo ocurría allí y con la cuerda conseguí bajar, recogí las sábanas sucias tiradas en la calle y entré en el portal, dispuesta a lavarlas de nuevo, como cada martes.

viernes, 13 de julio de 2012

Mensajes de agua



Cada mañana, al acercarme a la playa para mojar los pies en las primeras olas, encontraba tu mensaje en la botella. Los primeros días solo era uno, pero después empecé a contestarlos. Entonces llegaban y se iban, llegaban y se iban. Yo no podía verte, tú no podías verme, pero ambos sabíamos que estábamos al otro lado, en otra orilla, con los pies en el mismo mar.
Aquella mañana me decidí y entré en la botella. Por fin el mensaje era yo. Por fin la respuesta eras tú.

martes, 3 de julio de 2012

Mineros de cuento



Llegaron los siete a casa con la cabeza mirando a los pies y sin apenas palabras. Aún así, al sentarse a la mesa, el sabio dijo «por mucho que dé vueltas a la cabeza, no sé qué podemos hacer» a lo que el gruñón respondió «nada, como siempre», el feliz contestó «todavía tiene que haber esperanza para nosotros», el dormilón bostezó y el tímido se sonrojó. El mocoso, de tanto llorar, se había quedado sin mocos ni lágrimas y el mudito encogió los hombros con una mueca de tristeza en la sonrisa.
Entonces Blancanieves dejó sobre la mesa la bandeja con la cena: ocho manzanas envenenadas, y les dijo: «Claro que hay qué hacer, con este manjar salimos esta misma noche con todos los compañeros para Madrid. Nos van a oír»


Con este relato me sumo a la iniciativa de Microrrelatos negro carbón

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