lunes, 30 de marzo de 2015

Relatos pares, con Nicolás Jarque

Le envié a Nicolás Jarque esta fotografía de Ben Zank porque sabía que iba a sacarle jugo, pero él me lanzó el guante para que yo escribiera algo también. Esto es lo que sucedió:
¡Gracias, Nicolás!

Fotografía de Ben Zank

Roma no hace prisioneros (Nicolás Jarque)

Roma me encantó: La Fontana de Trevi, la Plaza de España, El Trastevere, e incluso El Vaticano. Julieta, la guía de la agencia, fue muy diligente en su trabajo. Se notaba que había nacido para descubrir las excelencias de la ciudad lacial. Por eso, nadie dudó de ella cuando al final del día nos invitó a subir a una pequeña torre cerca de la Plaza Navona y, una vez allí, con su mismo tono amable de toda la jornada, empezó a explicarnos la leyenda de la misma. Según sus palabras, en esa edificación centenaria radicaba la verdadera esencia de la Ciudad Eterna y su magia. Si uno lo deseaba de veras, si era valiente y lo demostraba, la torre te podía recompensar con un deseo. «¿Por ejemplo?», preguntó Don Horaci. «Cualquiera. He sido testigo de unos cuantos, aunque advierto: es pericoloso». Un silencio incrédulo para algunos y esperanzador para otros, nos envolvió. Toni fue quien rompió el mutismo. «¿Demostrar qué?». «Hay que lanzarse desde la torre. Si tu corazón es puro, el deseo se cumplirá; en caso contrario, tu alma será engullida por Roma». «Sin problemas», contestó Toni y añadió con seguridad: «Yo quiero probar». Entre murmullos escandalizados, Julieta pronunció: «¿Seguro?». «Sí». «Bene, bene. Yo te explico y tú decides. Visualiza el deseo, cuenta hasta diez y te arrojas al vacío». Toni no se lo pensó mucho y, ante el estupor general, se aupó al borde de la torre. Realizó su cuenta atrás mental y se lanzó. El suelo tembló como en un terremoto ante su caída. Se oyeron gritos. Alguien se desmayó y nadie se atrevió a mirar hasta que, pasado un tiempo interminable, escuchamos las carcajadas de Toni. El rufián saltaba de alegría sin que su cuerpo hubiese sufrido ningún rasguño aparente. Eso avivó en la mayoría de nosotros las ansias por imitarle. Cada cual disponía de su anhelo y no queríamos desaprovechar la ocasión. Aún me duele lo que sucedió después y algo de nosotros, no sabría definir cuánto, se quedó allí, en Roma. Don Horaci, el siguiente en probar, salvó con su alma la vida a más de uno.


Julieta y los lanzadores de deseos

Julieta enamoraba. Esa manera de hablar de la Fontana de Trevi, cual Anita Ekberg con los pies en el agua, que, aunque llevara el clásico uniforme de guía turístico y el pelo recogido, no podías verla más que con el vestido negro y la melena rubia suelta. En el Teatro, uno quisiera bajar al escenario y declamar bien alto: «Giulietta, ti amo», pedirle después matrimonio en Santa María la Mayor o descansar eternamente junto a ella en las mismísimas catacumbas. Pero no había manera, si mirabas un poco alrededor podías ver que el séquito de hombres esperaba idéntica ocasión. 

Mi momento llegó sin esperarlo, en la torre cerca de la Plaza Navona nos habló de una vieja leyenda por la que, si te lanzabas desde arriba, o se cumplían tus deseos o encontrarías la muerte, tragado por la ciudad. No lo pensé dos veces, el deseo me empujó a ello, el de tenerla en mis brazos, al menos, el resto del viaje. Me lancé y la oí gritar, mientras volaba camino del estrellazo: «Toni», y al escuchar mi nombre en su boca, con esa mezcla de terror y amor, me dio igual morir o vivir.

Viví, salté, grité, Julieta sería mía. 

Sin embargo, todos teníamos el mismo sueño, el mismo deseo, y Don Horaci, que se tiró después, no tuvo tanta suerte. Al menos salvó al resto de hombres del peor descalabro amoroso de su vida.



viernes, 27 de marzo de 2015

Viernes creativo con fotografía de Garry Winogrand



Hoy en el bic naranja la propuesta es escribir con esta fotografía. Yo he tenido la suerte de hacer un microrrelato a cuatro manos con Fulgencio Susano García.

También he escrito otro microrrelato por mi cuenta, aquí quedan los dos:

Foto sensibilidad
Relato a cuatro manos escrito entre Fulgencio García y Ana Vidal

Hace días que observo que ella ya no se refleja en los espejos, no es que yo no la vea, eso no; ella se mueve delante de mí con esa manera de caminar que parece que siempre estuviera descalza.
Hace días que me observa, se debe haber dado cuenta. Desde que comencé la transformación, camino de manera etérea, ando siempre en las nubes. Y cada vez me atrae más su aorta, tan fuerte, tan llena de vida.
Yo no quiero decir nada, no sea que se sienta rara. Además, la pobre padece esas migrañas que la tienen todo el día en la cama con las cortinas echadas y me da la sensación, al entrar en la dormitorio, de que me va a tragar la negrura.
Me oculto de su mirada inquisidora. Pobre. Se preocupa de veras por mi salud y eso que aún no sabe que jamás volverá a ser motivo de preocupación ni para él ni para nadie. Quiero que me acompañe en la que será mi tópica noche eterna.
Me ha extrañado tanto que me dijera, amor, esta noche prepara tu traje de fiesta, que vamos a bailar hasta el amanecer. Quise preguntar, pero colocó su dedo índice sobre mis labios, pidiéndome silencio, y yo ya no supe decir más. Casi como un autómata he buscado el traje y a las ocho en punto, en el momento en el que el sol se ocultaba tras la montaña frente al ventanal, la estaba esperando con la mano extendida mientras ella bajaba, lánguida y majestuosa, las escaleras de la casa.
Ahora bailamos de nuevo, y lo llevo yo; fuerzo el ritmo, no quiero que se dé cuenta de que, ahora mismo, él también flota.

Imagen de Garry Winogrand

Loba


A veces solo necesita que alguien le diga que tiene los ojos más brillantes, las manos más suaves, los colmillos más afilados, antes de morderle la carótida.
Pero ese es otro cuento.

lunes, 23 de marzo de 2015

Eterna

Ilustración de Julie Massy

Mi abuela quiso ser eterna como un lunes y por eso, seguramente, nos dejó un martes de carnaval, se puso la máscara de la muerte y se fue lo más rápido que pudo, en silencio, sin fiestas ni bailes.
Se fue sin esperar a que llegara la primavera, porque quién quiere irse en primavera, en pleno nacimiento de la vida. Morirse en primavera es caminar contra el viento, nadar contracorriente, o hacer lo contrario a lo que todo el mundo espera de ti. Por eso la gente prefiere irse en otoño o en invierno, los meses caducos.
Supongo que el día anterior, o quizás el año pasado, se miró al espejo y pensó que no le cabía ni una arruga más para seguir siendo tan bella. Y que si continuaba sentada en aquella butaca le iban a salir muchas más, de tanto reír con sus hijos, nietos y bisnietos. Dejadme ya, no riáis más, pero no lo podemos evitar, abuela, quizá tu risa nos sigue invitando a llenar de arrugas la vida. Arrugas sin planchar, como las tuyas; canas sin teñir, pintadas de azul cielo o de violeta atardecer.
Ahora, un salón siempre vacío en el que, intuyo, nadie quiere quedarse mucho tiempo, una despedida hueca de tus besos, un espacio lleno con tu ausencia. 

Y los jarrones sin flores.




viernes, 20 de marzo de 2015

Viernes creativos

Estos dos micros los he escrito para las últimas propuestas de los viernes creativos de El bic naranja.

Este para la fotografía Líneas, de Leila Amat Ortega:


Evolución

Que me salieran alas era solo cuestión de tiempo, de tan acostumbrado como estaba mi cuerpo a volar hasta ti.



Este para la fotografía de Aëla Labbé


Todas las estrellas tienen nombre

Cuando conocía a un chico que me gustaba le invitaba a subir a mi árbol mágico, le enseñaba las constelaciones y le decía que querría morir de amor en ese instante y convertirme en polvo, en ceniza, junto a él. Cuando la mirada se torcía yo agitaba la rama y, divertida, disfrutaba de su cara de pánico, del salto al vacío y el golpe sordo contra el suelo. Después, le ponía su nombre a una estrella.




lunes, 16 de marzo de 2015

Sin pasado

Dibujo de Alessandra Hogan

Pasamos muy cerca el uno del otro, demasiado rápido, también; pisamos la línea continua y nos destrozamos, mutuamente, los retrovisores. Desde entonces ninguno ha podido volver a mirar atrás.

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