
Una vez me dijeron que a los cambios de hora había que acostumbrarse con la cabeza, el estómago y el corazón, en ese orden.
No conocían a mi abuela.
Recuerdo los días de cambio de hora, que se repetían dos veces al año como una rutina establecida.
Durante la comida ella le preguntaba a mi padre
- Miguel, si han atrasado la hora, entonces ¿nos han quitado o nos han dado una hora?
- No, nos han dado una hora
- Ah, entonces es que la han adelantado
- No mama, la han atrasado
- Pero ¿qué hora sería ahora?
- Ayer a estas horas eran las 3.30
Ella entonces miraba el reloj, se quedaba callada, mascullando la siguiente pregunta mientras comía un bocado. Y seguía:
- No lo entiendo, si la han atrasado es porque nos han quitado una hora, porque si te fijas ahora se hace de noche antes y amanece después.
- Precisamente -decía mi padre- ahora es antes y por eso tenemos una hora más, y por eso han a-tra-sa-do la hora.
- Pues no lo comprendo, Miguel.
En este punto mi abuela me miraba
- A mi no me mires, yo tengo el mismo lío que tu, pero bueno, que son las 2.30 y ya está.
- Pero a ver, Miguel -volvía a la carga- si han atrasa..
- ¡Son las 2.30 y punto! ¡Tienes TODOS los relojes en hora desde anoche y no hace falta que lo entiendas ¡ES LA HORA QUE ES!
Entonces mi abuela callaba, miraba el plato y seguía comiendo, modosa, pensativa, miraba la tele y comía. Pasado un rato prudencial me miraba:
- Ana, entonces si han atrasado la hora...
A estas alturas mi padre se levantaba hecho una furia
- ¡¡¡HAN A-TRA-SA-DO LA HO-RA, NOS HAN DA-DO U-NA HO-RA MÁS Y TO-DOS LOS RE-LO-JES ES-TÁN EN HO-RA!!! ¡Y no quiero volver a oír hablar del tema!
Mi abuela murió hace años, pero en días como hoy la recuerdo con mucho cariño y llamo a mi padre para preguntarle qué han hecho con la hora, porque sé que la echa de menos. Aún así, nunca le he hablado del brillo especial en los ojos de la abuela aquéllos días, con una media sonrisa que borraba antes de mirarle y empezar con la primera pregunta.