Calor y libros

Aquélla mañana había dado ya todo de mi y el calor pesaba demasiado. Buscaba un sitio donde refrescarme, donde disfrutar un último rato antes de encerrarme en casa con todas las persianas bajadas para tratar de dejar fuera el fuego del verano.

En ese momento pasé por delante de la librería, pintaba bien, escaleras hacia arriba y hacia abajo. Elegí bajar, cuando me refrescara el aire acondicionado tendría fuerzas para subir, pero ahora no.

Dí una vuelta entre las estanterías de madera, se estaba bien allí, la dependienta, con un vestido rojo, tecleaba en el ordenador. Empecé a mirar sobre las mesas, los libros infantiles, ilustrados, aquéllas obras de arte para dejar volar (más) la imaginación de los niños, para abrir nuevas rutas en sus pequeñas cabezas.

Entonces reparé en una butaca de terciopelo azul claro verdoso, junto a ella una mesa con pocos libros, pero muy selectos, entre ellos Libertad.

Dos horas más tarde, la dependienta me rogó que me marchara.