¿Recuerdas que tenía un campo
entero para ti? Allí sembraste lechugas, calabacines y berenjenas, tus primeros
tomates y por todas partes había cilantro y perejil. Tú paseabas por las tardes
quitando malas hierbas y yo te miraba desde el porche fumando picadura. Y nos
comíamos toda esa pasión en la mesa de madera de la cocina; a veces junto al
fuego, los días de encender el horno.
Ahora él siembra tus campos de
palabras compradas en viveros, te riega con los «te
amo desde que te conocí», como habrá hecho antes con otras. Y tú pensarás que
prefieres esa dosis de abono romántico, y esos pesticidas que eliminan dudas y
miedos. Y no seré yo quien te diga que las hortalizas serán más grandes pero
menos sabrosas, que tus potajes no se cocinarán a fuego lento y que mis manos
no volverán a amasar tu pan.